diciembre 2007


DARK CITY, de Alex Proyas

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USA, 1998. Título original: «Dark City». Director: Alex Proyas. Guión: Alex Proyas, Lem Dobbs, David S. Goyer. Fotografía: Dariusz Wolski. Música: Trevor Jones. Montaje: Dov Hoening. Duración: 100 minutos. Producción: Mistery Clock Production para New Line Cinema. Intérpretes. Rufus Sewel (John Murdoch), Jennifer Connely (Emma Murdoch), William Hurt (Frank Bumstead), Kiefer Sutherland (Dr Daniel Schreber), Ian Richardson (Sr. Book), Richard O’Brien (Sr. Hand), Colin Frieds (Walenski)

En un espacio indeterminado y atemporal, «Los Ocultos» (The Strangers), viejos como el tiempo y con la capacidad de modificar la realidad a voluntad, han remodelado una ciudad sobre recuerdos robados. Controlan el sol, controlan las horas, borran el pasado e identifican presente y futuro.

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En 1998 el director australiano Alex Proyas dirigió «Dark City». La película fracasó comercialmente pero reclutó algunos premios y, sobre todo, gran cantidad de devotos que, por ejemplo, suelen señalar esta película como el precedente inmediato de «Matrix» (1999). Otra referencia cercana es  «Memento»(2000), la atractiva historia de Christopher Nolan. Los débitos de Alex Proyas, director de «Yo robot«, son asímismo indisimulados: Murnau, Fritz Lang, El «cine negro» clásico y Philip K. Dick.

 

El hombre invisible, de H.G. Wells

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Jack Griffin, un investigador científico, experimenta sobre sí mismo, con éxito, un suero para hacerse invisible. Su nueva naturaleza, lejos de acarrearle las ventajas previstas: el misterio, el poder, la libertad, le arrastran a la soledad y la desesperación. 

 

h-g-wells.jpgHerbert George Wells (1866-1946), escritor inglés considerado como uno de los padres de la ciencia ficción moderna. Toda su obra está, de una u otra forma, determinada por su pensamiento político. Fue un socialista comprometido que utilizó sus libros como agudas y provocativas parábolas acerca de los problemas sociales y la necesidad de remediarlos.

En 1897 publicó «El hombre invisible«, el segundo libro de la célebre serie de novelas científicas -compuesta también, entre otras, por «La máquina del tiempo«(1895) y «La guerra de los mundos» (1898)- que convirtió a Wells en una de las figuras precursoras de la ciencia ficción. Se ha interpretado «El hombre invisible» como una advertencia sobre los límites éticos de la ciencia, sobre la obligación del científico de actuar conforme a un código moral que limite el poder que le otorgan sus descubrimientos. Pero también, la idea de un hombre invisible es una metáfora perfecta del marginado, de la persona que vive al margen de la sociedad o incluso enfrentado a ella.

 

EL HOMBRE INVISIBLE EN EL CINE______________________________

 

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En 1933 James Whale dirigió «El hombre invisible«, la adaptación al cine de la novela de Wells. La película está llena de extraordinarios hallazgos visuales para la época en que fue rodada, pero relega a un segundo plano el dilema moral planteado en la obra original, convirtiendo a Jack Griffin en un megalómano camino de la demencia, un «científico loco» alejado del visionario idealista que aparece en el original literario.

Whale, del que Bill Condon hizo una semblanza en «Dioses y monstruos» (1998), tensa las situaciones dramáticas en los mejores momentos de la película, pero a continuación las desactiva con el desmedido uso de un sentido del humor con el que no es fácil congeniar.

 

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De entre las películas recientes que, directa o indirectamente, se inspiran en la obra original de H. G. Wells  destaca la dirigida en el año 2000 por Paul Verhoeven, «El hombre sin sombra«. La acción se traslada a un  sofisticado laboratorio donde varios científicos experimentan con la invisibilidad. Como siempre en su cine, Verhoeven ajusta el aparato tecnológico y visual a la historia y no al revés, como lamentablemente ocurre a menudo en el cine de ciencia ficción actual, pero se queda a medio camino a la hora de mostrar el conflicto dramático del personaje principal: el inquietante tránsito entre su angustia inicial por no poder volver a ser visible, y la resignación -luego satisfacción- en su invisibilidad cuando descubre, con asombro, lo que uno es capaz de hacer cuando no tiene que volver a mirarse en el espejo.